A lo largo de esta semana, desde Caricias y Besos hemos estado hablando sobre la comunicación en la pareja. Para finalizar la semana queremos dejarte con esta pequeña fábula que creemos que representa bastante bien lo que ocurre en muchas ocasiones cuando hablamos con la persona a la que queremos.
“Érase una vez una ostra y un pez. La ostra habitaba las aguas tranquilas de un fondo marino, y era tal la belleza, colorido y armonía del movimiento de sus valvas que llamaba la atención de cuantos miles de animales por allí pasaban. Un día acertó a pasar por el lugar un pez que quedó prendado al instante. Se sintió sumamente atraído por la ostra y deseó conocerla. Y así, partió veloz y bruscamente hacia el corazón de la ostra, pero ésta cerró, también rudamente sus valvas. Cuantos más intentos hacía el pez para abrirlas con sus aletas y su boca, más fuerte se cerraban aquellas.
Pensó entonces en alejarse, esperar a cuando la ostra estuviera abierta y, en un descuido de ella, entrar. Así lo hizo, pero de nuevo la ostra se cerró con brusquedad. La ostra era un animal extremadamente sensible y percibía cuantos mínimos cambios en el agua ocurrían, y así, cuando el pez iniciaba el movimiento de acercamiento la ostra se percataba de ello y al instante cerraba las valvas. El pez, triste, se preguntaba por qué la ostra le temía, cómo podría decirle que lo que quería era conocerla y no causarle algún daño, cómo explicarle que lo único que deseaba era contemplar su belleza y compartir las sensaciones que le causaba.
El pez se quedó pensativo y estuvo durante mucho rato preguntándose qué hacer. ¡De pronto se le ocurrió una gran idea! “Pediré ayuda”, se dijo. Sabía que existían otros peces muy conocidos por su habilidad para abrir ostras, y pensó en dirigirse a ellos. Deseaba que le escucharan y le prestaran ayuda. Entonces comenzó a dudar de si aquello era una buena idea. Supuso que estarían tan ocupados que no podrían ayudarle. Tras reflexionar un rato llegó a la conclusión de que lo mejor era informarse por otros peces que les conocían sobre cuál era el mejor momento para abordarles y cómo tendría que presentarse. Después eligió el momento más oportuno y se dirigió hacia ellos.
– Hola – dijo el pez. – ¡Necesito vuestra ayuda! Siento grandes deseos de conocer a una ostra, pero no puedo hacerlo porque cuando me acerco a ella cierra sus valvas. Sé que vosotros sois muy hábiles en abrir ostras y por eso vengo a pediros ayuda.
El pez continuó explicándoles las dificultades que tenía y los intentos por resolverlas. Llegó a comentarles la sensación de impotencia y los deseos de abandonar que le sobrevenían.
Los peces le escucharon con suma atención, le hicieron notar que entendían su desánimo, pues ellos se habían encontrado en circunstancias similares. Le felicitaron por el interés que mostraba en instruirse y por la inteligencia que mostraba en pedir ayuda y querer aprender de otros.
El pez se sintió mucho más tranquilo y esperanzado, les contó los temores que tenía al pedirles ayuda y fue abriéndose cada vez más a toda aquella información que los avezados peces le estaban dando. Escuchó con atención cómo ellos también habían aprendido de otros peces. Escuchó como a pesar de sus habilidades había ostras que les resultaban difíciles de abrir, pero aquello, más que ser un motivo de desánimo, les estimulaba.
Los peces continuaron una animada conversación:
– Mira, algo muy importante que has de lograr es suscitar en la ostra el deseo y las ganas de comunicarse contigo.
– Y ¿cómo podré lograrlo?
– De la misma manera que tú has logrado comunicarte con nosotros y “abrir nuestras valvas”.
– ¿Cómo?
– Tú deseabas que nosotros te escucháramos y te prestáramos ayuda. Nos has dicho que dudabas de si podrías lograrlo, ¿no es verdad?
– Sí, así es.
– Podrías haberte quedado en la duda, pero en lugar de eso, diseñaste un plan de acción. Buscaste información acerca de nosotros, te informaste de cuál era el mejor momento de abordarnos y qué decirnos. Tú sabías que nosotros éramos muy sensibles a la expresión honesta y sincera de “necesito ayuda”. También sabías que nos agrada el reconocimiento de nuestra competencia y veteranía. Te confesamos que nos gustó mucho todo ello. También nos gustó mucho tu mirada franca y serena, tus firmes y honestas palabras.“
Como reflexión nos queda la importancia de saber escoger las palabras y el momento adecuado cuando queráis hablar con alguien. Y más, si ese alguien es vuestra pareja. Cuanto más cuidado ponemos a la hora de expresarnos, más sólida se vuelve nuestra relación.
– Ruth Fernández-
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