Hoy me había levantado totalmente inspirada y fuera de mí. Estaba que no podía más. Todo mi ser le deseaba.
¿Te ha pasado alguna vez? Yo hay días que no puedo ni conmigo misma. Y hoy era uno de esos.
Aproveché que había salido un momento de casa para hacer unas gestiones para. Me duché y me di una crema comestible con sabor a fresa. Después cubrí mi cuerpo con una bata de seda que me había regalado por nuestro aniversario.
Sabía que no se podría resistir.
Y dicho y hecho.
Nada más entrar a casa y verme su rostro le delató. Una sonrisa pícara cubrió sus labios. Y sus ojos de brillante mirada recorrieron mi cuerpo de arriba abajo.
Mientras, mis mejillas se sonrojaron. Y si antes mi entrepierna estaba empapada, ahora la sentía más húmeda si aún cabe.
Al acercarse a mí percibió la fragancia de aquella crema tan sabrosa.
Se relamió. Y con un sutil toque con sus manos me indicó que me sentase al borde de la cama.
No había terminado de obedecer sus órdenes cuando una sutil caricia con sus manos recorrió mi torso desde el cuello hasta la cintura para desabrocharme la bata de seda.
A continuación comenzó a lamer mi cuello y limpiarlo de aquella gustosa crema. Prosiguió bajando por mi torso. Pero para poder disfrutar plenamente de él me tumbó y desde ahí pudo hacer todas sus delicias de mí. Así prosiguió hasta llegar a mi entrepierna.
Allí hizo de mí un placer en mí misma.
Claro que luego él tuvo su correspondiente orgasmo dentro de mí.
El mutuo “picanteo” fue un momento de placer íntimo en el que los dos disfrutamos el uno del otro.
-Sara Estébanez-