Estábamos de vacaciones. Íbamos de camino a la playa cuando me di cuenta de que se me había olvidado meter un bikini para mí. Claro… hice la maleta tan rápido que era normal que se me olvidase algo. ¡Qué cabeza la mía!

Nada más llegar a nuestro destino, dejamos todas las cosas en la habitación y nos fuimos a comprarme un traje de baño. Sin él no podía ir ni a la piscina del hotel, ni a ninguna playa de la zona.

Ya, en el centro comercial, cogí unos cuantos modelos para probármelos. Yo pensaba ir sola al probador. Mi chico nunca entraba. Decía que eso era un cuchitril y que él no pintaba nada ahí. Pero cuál fue mi sorpresa cuando le vi todo decidido a entrar conmigo.

Claro, que luego lo entendí todo.

Según me fui quitando la ropa para probarme los bikinis, él iba inspeccionando con sus manos cada poro de mi piel. Al quitarme la camiseta, recorrió toda mi espalda y fue él mismo quien me desabrochó el sujetador. Deslizó suavemente sus manos hacia mis pechos y los inspeccionó con dulzura hasta que mis pezones se tornaron firmes y cogieron esa pétrea rigidez que tanto le gustaba a él. Me giró cual peonza y se sentó en el banco que había tras él para deleitarse con la vista y disfrutar del dulce sabor de mis tornasoladas fresas con la punta de su lengua.

Pero la cosa no terminó ahí. Sus manos comenzaron a deslizarse poco a poco por mi tronco hasta llegar a la cintura de mi pantalón. Ahí, tras un rápido movimiento de dedos, me despojó de éste y metió sus dedos bajo mis braguitas.

Ahí estaba yo, empapada y toda dispuesta para él. ¡Cómo no iba a estarlo con tan sutil toqueteo! Pero no podía ser. ¡Estábamos en un probador! ¡Ahí no se puede! ¡Nos va a escuchar todo el mundo!

Pero nada. No me escapé.

De repente me encontré desnuda frente a él. Se despojó de toda su ropa he hizo que me sentase encima de él a la vez que introducía su dulce miembro viril dentro de mí.

Al principio era él quien dirigía todos mis movimientos sosteniéndome por el tronco. Me subía y bajaba a su antojo como si fuese una muñeca. Eso me ponía más a cien, si aún cabía. Tanto fue así, que a las mínimas de cambio me corrí. No pude contenerme y un agudo gemido de placer salió de mi garganta.

Eso sí, una vez llegado al éxtasis total, fui yo quien tomó las riendas de todo. Y lo que era un dulce vaivén se tornó en un rápido y brusco balanceo de sube y baja acompañado por mis rodillas y con mi entrepierna prieta para hacer que el rozamiento con su pene fuese cada vez mayor. Esto le llevó al súmmum he hizo que liberase todo su esperma dentro de mí.

Claro, que ya no procedía probarme ningún bikini. Cómo iba a hacerlo. Cogí el que más me gustaba y me lo llevé.

Menos mal que no había nadie cerca, y todo quedó para nosotros.

¡Cuidado con los probadores! Son peligrosos.

-Sara Estébanez-

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