Aún era de noche cuando él se despertó para ir a trabajar. Ella seguía durmiendo a su lado, desnuda. Pensó para él “mira que le gusta dormir”, sonrió.

 

Una incipiente erección empezó en su cuerpo. Sabía que la podía despertar, era uno de sus juegos favoritos. El deseo fue en aumento. Decidió no despertarla, pensó que era pronto hasta para jugar. Se levantó y fue a la cocina.

 

Encendió un cigarro y  se puso un café. Notó su erección potente. La recordó desnuda en la cama. Por su cabeza pasó “y por qué no”. Dejó el cigarro, el café. Dirigió sus pasos hacia la cama. Estaba tumbada boca arriba.

 

Volvió a tumbarse a su lado. Se metió los dedos en la boca para humedecerlos. Los acercó a sus pezones y empezó a jugar con ella. Se acercó a su cuello susurrando  “buenos días, dormilona”. El cuerpo de ella empezó a estremecerse. Era como si notara que estaba ahí para ella. Daba la sensación de que notaba que la deseaba.

 

Bajó los dedos hasta el clítoris. Lo apretó suavemente. Ella empezó a gemir mientras despacito abría los ojos, sonrío al verle. Giro su cuerpo y lo pegó al de él. “”Ummm, ¡cómo me gusta cuando estás así!” Y empezó besarle. A morderle suavemente los labios mientras él introducía sus dedos dentro de ella. Se rindió al placer.

 

Colocó su cuerpo debajo. Quería, necesitaba que él la envistiera. Rodeo su cuerpo con sus piernas. Él entendió lo que ella quería. La conocía muy bien.  Sujetó sus manos sobre la cabeza, empezó con envestidas suaves hasta que ella empezó a gemir más fuerte. Eso aumentaba su deseo. Él lo sabía. Ella, también.

 

Las envestidas fueron más fuertes. A los dos les gustaba jugar fuerte. Aumentaron los gemidos, y la fuerza de las envestidas también. Así hasta que los dos acabaron de disfrutar.

 

Él se fue a trabajar. Ella siguió durmiendo. Ambos con una sonrisa.

 

-Ruth Fernández-