Desconocía por completo esta cualidad de mi pareja. Anoche me dejó atónito. Te pongo en situación.

Hace muy poco que empecé a salir con ella. De hecho, aún no nos ha dado tiempo de conocernos profundamente. En tres meses, ¿qué quieres? Los dos vivimos solos. Siempre que podemos quedamos para vernos. Después, cada uno a su pequeña guarida. Pero anoche fue diferente. ¡Y tan diferente! Cada vez que lo pienso…

Esta vez fui a su casa. Nada más entrar, el ambiente delató parte de sus calenturientas intenciones. El salón se encontraba en una vaporosa penumbra. La titilante llama de unas velas y el fuego de la chimenea se encontraban acompañados por un sutil aroma a jazmín y una tenue música de fondo. Pero el colofón llegó después.

Su dulce voz invitándome a sentarme y su dedo en mi abierta boca por la sorpresa en señal de que no articulase palabra me dejaron paralizado. Tomé asiento siguiendo sus órdenes y me dejé sentir y gozar de todo lo que aconteció en cada momento.

Sus dulces labios sabor a fresa comenzaron a besar cada poro de mi boca seguido de unos pequeños mordisquitos en mis mofletes y mi cuello. Yo intenté acompañar sus movimientos agarrando su cintura, pero mis manos fueron dulcemente apartadas y sujetadas por las suyas.

Seguidamente, poco a poco, botón a botón, mi camisa fue abriéndose y la misma boca juguetona de antes comenzó a descender peligrosamente por todo mi torso hasta llegar a la zona media. Una vez llegado allí, mis pantalones no le impidieron continuar. Me despojó de ellos en un santiamén. Introdujo su mano e través de mi slip. Ahí estaba mi miembro, todo erecto. Como no podía ser de otra manera con tanta caricia y tanto roce corporal por su parte.

Una vez descubierto mi más preciado tesoro, su mano se deslizó dulcemente siguiendo el compás de la música. Bailando suavemente, pero apretando lo suficiente para que lo notase, comenzó a agitar mi glande de arriba hacia abajo. En ese movimiento, lento y suave, su otra mano se deslizó hacia mis testículos. Todo era un movimiento acompasado que generaba en mi ser los más bellos placeres.

Pero la cosa no acabó ahí. De repente, su lengua empezó a acariciar la punta y lo que no es la punta para más tarde acompañarla con sus labios. Estos, apretaban algo más que su mano, lo que hacía que mi pasión despertase aún más. Estaba tan excitado, que necesitaba más. Mi cuerpo pedía más. Pero no fue necesario que dijese nada. Mi pareja supo leer lo que mi cuerpo le pedía.

Tomó a mi Ser, esta vez haciendo más presión sobre él si aún cabe, y retomó ese dulce baile de manos que antes abrió paso a tanto fervor. Poco a poco su ritmo fue in crescendo. Mi cuerpo respondía por momentos a cada uno de sus estímulos. Cada vez me encontraba más acalorado. Tanto, que el súmmum llegó a mí y mi Ser comenzó a expulsar su preciada leche.

¡Menuda experiencia! Tanto es así, que mientras te lo cuento, mi erección es notable.

-Sara Estébanez-

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