No te lo había contado, pero este verano mi chico y yo tuvimos un día mágico en la playa. Era finales de agosto y estábamos allí, tomando el sol. Había un montón de gente: parejas, padres con sus hijos, abuelos… Todo tipo de gente. Hacía tanto calor que tuvimos que meternos en el agua.

Pero no sólo eso. Estábamos calientes por fuera y por dentro que no podíamos más. No habíamos parado de besarnos y acariciarnos dulcemente sin muchas guarrerías por medio. Pero una cosa llevó a otra y así nos pasó, estábamos ardiendo por dentro. No teníamos cómo consolarnos. El único modo, darnos un baño en el mar con su agua fresquita.

Y una cosa llevó a otra. Al principio todo fue muy sutil y sin muchas guarrerías. Como estábamos rodeados de gente y con menores de edad… Pero claro, una cosa llevó a la otra.

Al principio todo eran caricias. Nuestros cuerpos estaban cubiertos hasta los hombros con lo que podíamos atusarnos más allá de unos simples besos sin que nadie se percatase de ello. Nuestras manos comenzaron a deslizarse alrededor de nuestros troncos. Primero disimuladamente, pero poco a poco la cosa se fue calentando más y más. Las manos de mi chico comenzaron a deslizarse por debajo de mi tronco hasta llegar a la parte baja de mi bikini. Allí empezó a hacer de las suyas. Sus manos comenzaron a serpentear alrededor de mi entrepierna. Cada vez me encontraba más y más excitada. Y claro, yo no me quedé tampoco quieta. Comencé a toqueterar más y más abajo hasta que, de repente, me encontré con un enorme bulto delatándole.

Tras unos cuantos manoseos arriba y abajo, la cosa estaba tan caliente, que ya no podíamos aguantar más. Bajé el bañador de mi chico lo suficiente como para poder tener fuera todo su miembro. Yo ladeé un poco la braga de mi bikini y ahí que me monté a caballito sobre él introduciendo toda su virilidad dentro de mí. Una vez dentro de mí, los dos comenzamos a bailar acompasadamente. Primero despacito para poco a poco ir aumentando el ritmo de nuestra danza. Así, hasta que los dos llegamos al súmmum y el orgasmo vino a nosotros.

Aun así continuamos un rato jugando a los caballitos para disimular. Ya, cuando todo él volvió a su ser terminamos, dejamos de bailar aquella sutil danza y nos dirigimos a nuestras toallas como si nada hubiera pasado.

-Sara Estébanez-