Cuando terminó de quitarse la ropa, se acercó hacia mí, despacio, poco a poco. Se agachó y me dio un beso de esos que te derriten. Siguió besándome mientras se metía conmigo en la bañera. Una vez ahí, dentro conmigo, empezó el baile.
Sus suaves manos empezaron a acariciarme. Primero las mejillas en dirección a mis labios. Los tocó examinándolos. Mojándolos primero con un poco de agua de la bañera. Después, con su propia lengua. Puntiaguda. Recorriéndolo todo.
Pausadamente, sus dedos iban bajando hasta llegar a mi cuello. Allí unos suaves apretones lo masajearon junto a mis hombros haciendo que cada uno de mis poros se estremeciese.
Claro, que yo tampoco me quedé quieta. Mis manos y mis dedos iban imitando cada uno de sus movimientos. Pero ya hubo un momento en el que no me pude resistir más. Las deslicé a través de su pecho hasta llegar a su entrepierna. Ahí estaba todo Su Ser firmen, duro cual roca.
Alargué mi mano con la intención de coger el champagne para llenar las dos copas y brindar por nosotros, pero rápidamente me detuvo. La cogió él y llenó una de las copas para después darme de beber de ella y después disponerse a hacer él lo mismo. Lo que iba a ser un brindis se transformó en una apasionado beso lleno de burbujas.
No estaba terminando de tragar aquel espumoso líquido cuando se dispuso a coger una pastilla de jabón y restregarla en todo mi cuerpo a la vez que o masajeaba lentamente. Posteriormente, me enjuagó echando echándome agua con sus manos y restregándolas sobre mí. Ya estábamos totalmente limpios y frescos para hacer el gozo de nuestro cuerpo aún mayor si cabe.
Salimos de la ducha y tiernamente nos secamos el uno al otro. Una vez limpios y secos, volqué sobre él el líquido de la vela de aceite de masaje sobre todo su tronco. Y lo masajeé de cintura para arriba. Pero después fui un poco más pícara. Cambié el aceite de masaje por una espuma de masaje comestible y todo se transformó en un deleite mayor si aún cabe. Esa espuma burbujeando sobre todo Su Ser y yo limpiándolo con mi lengua y mis labios hizo de él todo un deleite.
Pero yo tampoco me libré. Me untó toda entera de un denso aceite olor a coco. Pero lo que yo no sabía es que era comestible. Toda yo fui comida y degustada por aquellos dulces labios y juguetona lengua.
Esta vez sí que fue diferente.
-Sara Estébanez-
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