¡¡Bfff!! ¡Qué cansancio! Después de todos los preparativos del viaje, catorce horas de avión y tres horas en coche por esas tortuosas carreteras hasta el hotel, los dos estábamos que no podíamos más con nuestros cuerpos. Y tras una frugal cena caímos desmayados en nuestra cama de más de dos metros de ancho.

Pero lo que prometía ser una noche de sueño profundo y descanso, se tornó en una noche de fragor y pasión. Todo ello comenzó cuando empezaron a caer las primeras gotas de agua sobre aquel tejado de madera que nos cubría. Cloc, cloc, cloc…

Al principio eran rítmicas y pausadas, pero poco después se transformaron en un aluvión de agua crepitando sobre nosotros. Y no sólo el agua, los monos aulladores y los miles de pájaros que habitaban la zona comenzaron con una dulce serenata que lo que hizo fue avivar nuestra pasión.

Mis manos se deslizaron sobre su desnudo y algodonado pecho. Las suyas sobre mis turgentes senos tras escudriñar bajo la camiseta de mi pijama. Y los dos nos sumimos en un dulce beso con el que nuestras lenguas se retorcían la una contra la otra.

Poco a poco, y sin darme cuenta, me vi despojada de toda prenda de cintura para arriba. Sus manos masajeaban todo mi torso mientras sus dulces labios recorrían mi cuello haciendo de mi Ser las mil delicias. Me encontraba empapada. Ardía de pasión. Mis manos se deslizaron a su entrepierna. Ahí estaba su Ser, inflado, abultado y pétreo, preparado todo para mí.

Jugué con él. Lo acaricié y lo masajeé en un dulce vaivén. Era consciente de que eso desembocaría en mucho más. De su puntita comenzó a emanar un jugoso líquido. El previo a la erupción volcánica. Lo acaricié y lo extendí todo sobre su puntita.

Entre todo ello, sus manos no pararon quietas. Pasaron de acariciar mis pechos a introducirse a través del pantalón de mi pijama cual contorsionista. Allí regocijó todo lo que quiso en mi entrepierna hasta conseguir que separara mis piernas y así acceder a todo mi Ser. Ahí hizo de mí todas las delicias hasta lograr que llegase al orgasmo. Me conocía bien y sabía que con ellas tenía todas las de ganar.

Pero mi cuerpo quería más. Necesitaba a su Ser dentro de mí.

Me despojé de la parte baja de mi pijama y me monté sobre él cual amazona enfurecida. Comencé con un suave galope para que los dos disfrutáramos del roce interno de nuestros Seres. Pero los dos estábamos ardiendo de pasión. Y lo que nació siendo un dulce baile acompasado, empezó a acelerarse rápidamente y acabó en un fulgurante trote de amazona sobre caballo relinchante. Así seguimos hasta que los dos llegamos al éxtasis total. Él descargó dentro de mí toda su furia testicular. Y yo por segunda vez llegué al éxtasis total.

Era increíble. Yo no sé cómo hacía con mi Ser, pero él conseguía que alcanzase el clímax varias veces en un acto.

Después de tanto éxtasis y pasión, los dos nos tumbamos para escuchar la serenata de los animales de la zona con la tormenta. Pero como si la naturaleza estuviese acompasada con nosotros, los chillidos y aullidos de pájaros, monos y ranas cesaron. Y nosotros nos vimos sumidos en un profundo sueño.

– Sara Estébanez –

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