Las emociones forman parte de la vida del ser humano. Son innatas. Pero, ¿alguna vez te has preguntado de qué manera has aprendido a identificarlas y/o expresarlas? Quizás responder a esta pregunta en principio te sea difícil. Es normal. Por regla general las personas no se paran a tomar conciencia realmente de lo que están sintiendo internamente. Incluso, a veces, no saben qué nombre darle.

Si os fijáis en los niños son totalmente espontáneos. Expresan aquello que sienten en el mismo momento que les ocurre. Pueden enfadarse contigo intensamente. Pero al rato ya se les ha pasado. Esto los adultos no suelen hacerlo. Son capaces de pasarse días enteros enojados con alguien y además sin decir nada, esperando que el otro perciba que algo les ha molestado. Un niño no. Se enfada y te lo dice. Pero en cuanto se le pasa, te da un abrazo y ya está. Lo que sea que le hubiera preocupado o incomodado pasa al olvido.

Esa espontaneidad la vamos perdiendo con el trascurso de los años y con algunos mensajes que escuchamos del tipo “los hombres no lloran”, “mostrar tus emociones es síntoma de debilidad”. Todo eso va haciendo mella en nuestro interior y al final acabamos por no dejar salir lo que pensamos, ni lo que sentimos. Nos guardamos lo que nos emociona, lo que nos enfada, lo que nos da alegrías. Todo ello da lugar a que, al final, acabemos perdiendo la capacidad de identificar lo que nos ocurre.

Cuando hablamos de Educación emocional nos estamos refiriendo a que empecemos a tomar conciencia de la importancia de todo lo que pasa en nuestro interior. Que empecemos a desmontar aquellas frases, ideas, expresiones que están impidiendo que seamos libres para llorar, reír o enfadarnos. Que seamos valientes para dejar que nuestras emociones, las que sean, salgan de nuestro corazón sin ningún problema.

Aprender a llamar a cada una por su nombre: alegría, amor, enfado, rabia, tristeza. Perderle el miedo a notarlas, a ver sus efectos en nosotros. Saber que expresar de una manera adecuada aquello que nos está pasando es totalmente normal. Además es mucho más sano para nuestro cuerpo, puesto que de esta forma no enferma. Acéptalas como si fueran invitados en tu casa. Ábreles la  puerta y déjalas pasar. Seguro que tienes algo que aprender.

Sé que es difícil empezar a cambiar el modo de actuar. Tómatelo con calma. Quizás no sepas por dónde empezar. Te dejo dos ejercicios que te pueden ayudar en el camino del cambio:

1.- Haz una lista de aquellas emociones que tú creas que experimentas de una manera más habitual en tu vida. Dedícale un tiempo a reflexionar, de este modo empezaras a tomar conciencia de tus verdaderas emociones en cada situación. Algo que hasta ahora, por regla general no nos hemos permitido por miedo “al qué dirán” y por la educación recibida. Hacerlo te conecta más contigo mismo. Una vez hayas realizado este ejercicio, y empieces a ser más consciente de lo que experimentas en cada momento de tu vida, puedes pasar al siguiente ejercicio.

2.- Dedica un tiempo a repetir en voz alta una a una las emociones que has escrito en la lista. Cada vez que digas una, estate atento o atenta a lo que le pasa a tu cuerpo. Qué sensaciones tiene. Cómo reacciona. Y así poco a poco irás dándote cuenta de cómo vives cada emoción.

-Ruth Fernández –

Desde Caricias y Besos nos gustaría acompañarte en ese camino de autoconocimiento y crecimiento personal dotándote de todos los recursos necesarios para que puedas alcanzar una vida plena y feliz. Y, de este modo, la puedas llenar de pasión.

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