Hoy había decidido ser mala. Estaba cansada de tanto trabajo y tanta indiferencia. Mi chico estaba más que ocupado. No paraba de trabajar. Me tenía olvidada. Y yo estaba ansiosa y deseosa de disfrutar de su presencia y, por qué no decirlo, de hacer algo más que besarle. Mi cuerpo anhelaba al suyo. Así que decidí ser un poco mala y perversa.

 

Me puse el conjunto de sujetador y tanga de encaje negro que tanto le gusta. Encima la minifalda negra y una camisa blanca a juego. Sabía que se transparentaría el sujetador. Pero me daba igual. Además, él no se dio cuenta en casa, con lo que la sorpresa iba a ser mayor.

 

Esperé a que estuviese entretenido. Nada más llamar un cliente con el que habitualmente tiene largas conversaciones ultimé los detalles. Me pinté los labios de rojo y entré a su despacho.

 

Abrí lentamente su puerta. Al principio hizo caso omiso. Estaba más atento a la conversación que a otra cosa. Levantó los ojos, me sonrió y continuó a lo suyo. Pero en cuanto se percató de mi vestimenta y mi pose, una dulce sonrisa le delató. Su mirada entre sorprendida y excitada se clavó sobre mí.

 

Empecé a desabrocharme lentamente la camisa, botón a botón. Deslicé mis manos sobre mi torso y comencé a acariciarme dulcemente, con suavidad. Pude intuir lo que pensaba. A pesar de que seguía al teléfono, su mente estaba en otra cosa. Su mirada y sus labios lo decían todo, pero sin decir nada.

 

Me acerqué lentamente hacia él a la vez que atusaba mis pechos y los trataba de lamer alargando mi lengua. Sabía que era harto complicado, pero eso no le dejaría impasible. De hecho, fue así. Empezó a tartamudear boquiabierto. Inventó una sutil escusa y colgó a su interlocutor.

 

Ahora la cosa cambiaba. Era todo para mí.

 

Se levantó de su silla y se dirigió hacia el sofá que había frente a él. Se sentó y con mirada pícara me invitó a que fuese hacia él. Claro, que yo fui más traviesa. Me puse a cuatro patas y lentamente, cual gata en celo, me dirigí sinuosamente hacia él.

 

Lo que no sabía es lo que me esperaba.

 

Cuando llegué a su altura tocó mi desnudo trasero y me asestó unos cuantos azotes. Según él, había sido una niña mala y merecía un castigo. Claro, que yo no me quedé quieta. Mientras me azotaba, puse todo mi empeño en acceder a él. De este modo, a lo mejor me libraba. Pero era complicado. Ese era un juego al que a los dos nos encantaba jugar: secretaria mala junto a jefe severo. Y hoy sí que había sido traviesa. Le había molestado e interrumpido durante una llamada con un cliente importante.

 

Aun así continué recreándome con su entrepierna. Y pareció que dio resultado pues en cuanto le di unos pequeños besitos el baqueteo cesó. Claro, eso era mucho más interesante y le otorgaba mayor placer. Dónde iba a parar.

 

De repente, una dureza empezó a emerger. Y a la vez que le daba un artístico masaje, ésta fue creciendo poco a poco.

 

Claro, que él también aprovechó la cercanía. Con un pequeño tirón de pelo hizo que me enderezase. Instante que aprovechó para deslizar sus manos sobre mi desnudo torso y así acariciar mis pechos dando pequeños tirones a mis dulces pezones. Le encantaba hacer esto.

 

Su escurridiza mano realizó un audaz recorrido por todo mi busto a la vez que su boca hacía de las suyas por mi cuello jugueteando con su lengua y dándole pequeños mordisquitos. Pero la cosa no acabó ahí. Casi sin darme cuenta, me encontré despojada de toda mi ropa y tumbada en el suelo. Lo que antes era sólo para mi cuello, se trasladó a todo mi cuerpo.

 

Y claro, pasó lo que pasó. Él se tendió sobre mí y me hizo suya. Estábamos los dos tan excitados, que los dos alcanzamos el éxtasis en un santiamén. Primero yo, después él.

 

Durante un rato nos quedamos los dos juntos tendidos en el suelo envueltos entre besos y arrumacos. Había sido un rato de delirio y desenfreno dentro de los de la secretaria provocativa y mala. Pero por lo menos habíamos despertado el deseo de nuestros cuerpos un poco.

 

Seguro que en breve habrá más. Ya te contaré.

 

 

-Sara Estébanez-

 

 

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