Uno de los miedos más habituales dentro de las relaciones sexo-afectivas es que la otra persona se “horrorice” con mi monstruo interno y salga corriendo. Nos olvidamos que el otro/a está en la misma situación.
“¡Qué va!” Os oigo decir. “¡Mi monstruo es malísimo, él/ella no tiene monstruo!”. Esto es una visión distorsionada y sesgada de cómo se supone que debemos de ser en el amor.
Si contemplamos la idea de la existencia de un Monstruo interior de cada uno/a, quizás lo primero sería amarnos a nosotros/as mismos/as con ese supuesto monstruo.
Después es aceptar que en algún momento de la relación habrá que enseñarlo, si es una parte de nosotros/as mismos/as, hay que vivirlo con naturalidad.
También hemos de entender que la persona de la que nos enamoramos también cree que tiene un monstruo interior que no tiene derecho a ser amado.
En realidad nos da miedo la vulnerabilidad y que alguien vea todo aquello que me hace sentirme mal, inseguro/a, “de menos”…todo aquello que he convertido en un problema grandísimo y llamo Monstruo interior.
El Amor es sanador. Amar a otro y que me amen, es amar nuestros propios monstruos internos. Ser conscientes de que están ahí para poder lidiar con ellos y que afecten lo mínimo a la relación sentimental.
Abrirse al amor implica llevar conmigo mi monstruo interno. Dejar que se vea. Darle la visibilidad necesaria para que nadie se lleve una sorpresa y reconocer que nos da miedo no ser amados.
-Ruth Fernández-