Ahí estaba en clase con las maestra frente a mí. Estaba más que nervioso. No había hecho los deberes. Sólo una parte. Pero, ¿de qué serviría? Seguramente que de nada. En cuanto se diese cuenta la cosa se iba a poner fea.

Y así fue.

En cuanto me miró de frente se percató de todo. Mi rostro me había delatado.

– ¿Qué pasa contigo? ¿Qué estás buscando? – Me preguntó a la vez que sostenía una vara con su mano derecha. Jugaba con ella. La meneaba de arriba abajo dándose pequeños golpecitos en la otra. – Sabes las consecuencias de tus actos. ¿Verdad?

– Sí señora. – Repuse yo con voz temblorosa a la vez que la miraba tímidamente con la cabeza gacha.

Lentamente se acercó hacia mi pupitre. Sus pasos eran cortos, pero decididos. Los zapatos de tacón hacían que sus caderas de contoneasen de lado a lado con cada paso.

Emocionalmente estaba totalmente confuso. Por un lado el miedo estaba ahí, haciendo de las suyas. Me sentía intimidado. Mi corazón palpitaba fuertemente. Todo mi cuerpo temblaba. Los escalofríos me inundaban. Tenía calor y frío a la vez. Mi respiración era entrecortada, casi asfixiante. Era agobiante. Pero, por otro lado, me sentía totalmente excitado. Sentía que su castigo iba a ser más que doloroso. Pero eso me ponía a cien. Y ella lo sabía. Mi pene estaba todo erecto. Ahí, pétreo haciéndole ver lo excitado que me encontraba.

Ella era consciente de todo ello. Su rostro le delataba.

– Levántate. – Me ordenó con voz severa e hizo un gesto con su mano en señal de que me dispusiese a ser azotado. – Ofrécete. – Continuó.

Y así hice. Me levanté de mi silla y apoyé mi tronco sobre la mesa dejando  mi trasero a la vista.

– Bfff… ¡¡Ahhh!! – Gemí entre dientes.

¡Qué dolor! Su primer azote fue esperado y sorpresivo a la vez. No sabía cuándo iba a ser, pero iba a ser.

Así continuó dispuesta a hacerme sufrir por mi desobediencia. Cuando de repente tomó mi cabeza tirándome del pelo con dureza. Me hizo ponerme recto y acercó mi rostro hacia sus pechos. Fuertemente lo apretó contra ellos. Yo no me quedé quieto. Sabía que era la mejor forma de “sobornarla”. Comerla, hacer de su cuerpo un placer para ella era el único modo de conseguir su perdón. Empecé por sus pechos, pero poco a poco fui bajando hasta su entrepierna.

Nada más asomar mi lengua sobre ella me forzó a lamerla hasta hacerla llegar al éxtasis. Ese era el único modo de lograr su beneplácito. Menos mal que me acordé.

Eso sí, para el próximo día haré los deberes a ver si de ese modo consigo que ella también me lleve al summum total.

-Sara Estébanez-

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