– ¡¡Jolines!! Estoy cansado de que mi pareja haga siempre lo mismo. No me tiene en cuenta. Le importo un pepino. No me valora en nada. Para ella siempre hago todo mal. Etc., etc., etc… Siempre es lo mismo todo lo que tiene que ver conmigo es una mierda. Siento que no me quiere, que está conmigo así porque sí.
– ¿Te puedo chinchar un poco?
– Miedo me das. Adelante.
– Piensa en tu trabajo. ¿Qué hace tu secretario?
– ¡Nada! Sólo coge el teléfono y ya está. Está ahí sentado todo el día tocándose las narices.
– ¿Seguro? Creo recordar que también organiza tus citas con los clientes y lleva tu agenda al día. Atiende a tus citas. Recibe todo tipo de correos, borra los que no valen para nada y responde a los de los clientes. Hace la mayoría de las gestiones de gastos e ingresos. ¿Te parece poco?
– ¡Eso no es nada! Eso se hace en cinco minutos.
– ¿De verdad? Ya me gustaría verte a ti hacerlo. Pero da igual. Sigamos con el tema. Ahora piensa en el camarero que te pone todas las mañanas el café antes de entrar a trabajar.
– ¡Me dirás! Ese es un don nadie. ¿Qué hace? ¿Poner un café y ya está?
– ¡¡Claro!! Sólo pone un café. Tienes razón. – Le responde con sarcasmo. – Con franqueza, ¿cómo quieres que tu pareja te tenga en cuenta a ti y a lo que haces si tú tratas así a la gente?
– ¡Pero a ella no la trato así!
– Sabes que eso no es cierto. Pero pongamos que sí lo es. Según tú tratas a la gente, ésta te tratará a ti. Da igual que tu pareja no conozca a tu secretario o al camarero del bar de abajo. Uno recibe lo que da. ¿Qué tú desprecias a la gente? Los demás harán lo mismo. Con lo que si tú quieres que tu pareja te tenga en cuenta y valore lo que tú haces, tú deberás hacer lo mismo con los de tu alrededor. Con tu pareja, con tu secretario, con el camarero de la cafetería o cualquier persona con la que te relaciones. Haz eso y verás cómo tu mundo cambia.
– Pero es imposible de hacer. Lo hacen todo mal. ¿Cómo quieres que valore eso?
– ¡Déjalo! Te voy a contar algo que me pasó el otro día. Estaba paseando por la calle yo solo, perdí el conocimiento y me caí. Dos personas me vieron caerme y cogieron mi móvil.
– ¡Y te lo robaron! ¿No?
– Pues no. Llamaron al contacto que tengo como contacto de urgencia. Le dijeron lo que me acababa de pasar para que viniese a recogerme. Además, con su propio teléfono, llamaron a la Guardia Civil para pedir ayuda. En ese desmayo perdí las gafas. Y después de dos semanas alguien que se las encontró las llevó a la farmacia y el farmacéutico me las trajo a casa.
– ¡Eso sí que es tener suerte! Unos nacen con estrellas y otros estrellados.
– Eso no es cierto. Dime. ¿Cómo suelo tratar yo a la gente? Si hasta tú te ríes de mí. De verdad. ¿Cómo trato a los demás? ¿Me río de ellos? ¿Les trato como si fueran calderilla? ¿Valoro lo que hacen?
– ¡Y tanto! Hasta les das las gracias. Incluso, hay veces que les das propinas o regalos así, sin ton ni son.
– ¿Y cómo me tratan los demás a mí? El camarero, el jefe de la empresa o el dependiente del mercado. ¿Cómo me tratan?
– Es verdad. Te sonríen. Te ayudan cuando te ven atorado. Se les ve que les gusta estar contigo.
– ¿Y con mi pareja?
– Igual. Se pone contenta cuando llegas a casa. Va a recogerte al trabajo. Nada más verte se le dibuja una sonrisa. Se le ve que le gusta estar contigo. Se le ve disfrutar contigo.
– Lo estás diciendo tú. Yo no he dicho nada. ¿Por qué crees que pasa esto?
– No lo sé. A lo mejor tienes razón y lo que uno hace a los demás influye en nuestra relación de pareja.
-Sara Estébanez-