Esta mañana, como todos los días, me encaminé a la oficina. El día no prometía nada, de hecho pronosticaba todo lo contrario. Estábamos atorados infinitamente con unos documentos que teníamos que entregar a un cliente. Todo el departamento estaba patas arriba. Encima, la mitad de los compañeros se habían cogido el día libre. Y ya, para colmar el vaso, nada más subir a la oficina la recepción fue maravillosa. La otra mitad había de mis compañeros había faltado por asuntos varios. ¿Conclusión? Ahí estaba yo, sola ante el peligro, con el jefe malhumorado y con los clientes esperando los informes. Lo que te digo, que el día no prometía nada de nada, más bien tiraba a indeseable.
Pero fue todo lo contrario de lo que yo me esperaba.
Al encontrarme con aquel desierto carente de seres humanos y lleno de informes por terminar, lo primero que hice fue ir al despacho del jefe para informarle de lo que estaba sucediendo.
– Buenos días Señorita Lúa. Bienvenida a la oficina. – Dijo mi jefe en tono sarcástico.
– A eso venía yo Señor, a informarle de que no había nadie en el departamento. No sé el motivo. Sé que unos cuantos se habían tomado el día libre, pero los demás, ni idea, de esos no sé nada. Y tenemos que entregar los informes al departamento de ventas. Y yo sola no puedo con tanto monto de trabajo. – Repliqué yo previendo una enorme sarta de improperios de su parte, pero lo que me encontré fue sorprendente.
– No se preocupe Señorita Lúa. Está todo arreglado. Lo dispuse todo ayer para así poder estar aquí a solas con usted.
<< ¿A solas conmigo? >> – Pensé para mis adentros. No entendía nada.
Mi cara tuvo que delatarme, pues continuó diciendo:
– Llevo mucho tiempo intentando hablar a solas con usted. Pero con tanto ajetreo y con tanta gente a nuestro alrededor me ha sido imposible. No he encontrado el momento.
Hacía tiempo que había detectado que algo había cambiado. Su mirada hacia mí era más brillante, sus ojos tintineaban como estrellitas cada vez que se encontraban con los míos. A mí me agradaba esa sensación. Tanto era así, que al verlos me sonrojaba. Sentía algo especial por él. Me sentía atraída por él. Esa ropa con la que vestía. Esa elegancia al vestir, al hablar. Era mi modelo de hombre. Pero al ser mi jefe me resultaba bastante complicado decirle nada. ¿Y si no le gustaba? Ya no sólo eso. ¿Y si el insinuarme suponía mi despido? No podía permitírmelo.
– No entiendo. – Le contesté con voz temblorosa.
– Sí Señorita Lúa. Por favor, acérquese. – Y frente a él en su mesa que me senté. – No, no. Venga más cerca.
– ¿Más cerca?
– Sí. Usted sabe tanto como yo que hay cierta química entre nosotros. Cada vez que nuestros ojos se cruzan a ambos dos el corazón nos da un vuelco. No puede usted negarlo.
– No lo niego señor. Pero usted es mi jefe y yo una simple empleada.
– ¿Y qué más da? Usted lo acaba de decir, yo soy el jefe. Nadie nos puede amonestar. – Contestó a la vez que se acercó hacia mí y me ofreció su mano a modo de príncipe azul. Yo se la tomé. Estaba ansiosa por ello aunque nunca lo hubiese reconocido.
Así, fue como ambos dos caímos en una mañana de desenfreno y pasión.
Me ofreció un café, lo tomé de sus manos y me apoyé en su mesa para poder degustar aquel café tan delicioso. Y ahí ya sucumbí en sus brazos.
Comenzó con unas pequeñas y sutiles caricias en mi mejilla a las que yo respondía con unos dulces besos a aquellas manos tan suaves. De repente, mis labios fueron succionados con unos pequeños mordiscos por los suyos. Continuó bajando por mi cuello lentamente. Primero con sus manos seguidas de su boca. Así, hasta llegar a mis pechos.
Ahí, botón a botón fue despojándome de mi camisa para así poder tener acceso pleno a mis pechos. Me tomó en vilo por la cintura y me sentó en el borde de su mesa. Y ni corto ni perezoso me despojó de todo lo que tapaba mi entrepierna y para allá que se fue un su erecto pene.
Entró en mí. Primero un suave danzar hizo de mí me embelesó llevándome a dar pequeños suspiros de placer. Esto le llevó a aumentar la velocidad de aquel baile en el que sólo uno se movía, pero dos disfrutaban. Poco a poco lo que era un pequeño danzar se tornó en un efusivo baile en el que hasta la mesa bailaba con nosotros. Así siguió hasta que ambos dos nos sumimos en un orgasmo en el que los dos rugíamos desaforadamente.
Después, ahí nos quedamos. Los dos exhaustos sumidos en el deleite y la pasión que acabábamos de disfrutar.
-Sara Estébanez-