Estaba cansada. Llevaba más de cuatro horas conduciendo por esa carretera inmunda llena de curvas bordeando la ladera del cráter de aquel majestuoso volcán. De repente, un enorme luminoso afloró tras la pronunciada curva. “Hotel de los deseos. El hotel donde todo el mundo vuelve.” ¿Qué veían mis ojos? ¡Por fin! ¡Un sitio donde parar!

Aminoré la velocidad de mi vehículo para tomar el desvío. Seguro que allí me podría tomar algo de comer y descansar de aquel tedioso recorrido. El parking estaba abarrotado. ¿Tendrían sitio para un huésped más?

En la entrada, unas enormes y pesadas puertas escondían con recelo el interior. Tanto es así, que hube de aplicar gran fuerza para conseguir entornarla un poco. Casi no podía con ella. En el interior todo estaba tranquilo. Daba la sensación de que estuviese vacío. Pero no podía ser con tantos vehículos como había.

Frente a mí apareció una hermosa recepcionista vestida como las pin up de los años 50 con esas faldas con un enorme vuelo. Muy diligentemente me invitó a tomar algo en la cafetería. ¿Cómo habría adivinado mis deseos?

Tras un frugal almuerzo pude percibir a través de la cristalera que el hall del hotel estaba dividido en dos estancias totalmente diferentes de las cuales salían enormes pasillos. La primera estaba toda decorada en tonos rojos fuerte pasión, mientras que el lado opuesto lucía diferentes violetas y dorados. Al ver tal decorado tan extraño tuve que poner algún gesto que delatase mi sorpresa, pues nada más verlo, la joven que me atendía me preguntó:

– ¿Qué desea la señora el día de hoy?

– No entiendo. – Mascullé atónita.

– Hoy en el ala malva están de servicio los hombres y en el carmesí las mujeres. ¿Qué tipo de servicio desea usted hoy?

¿Dónde me había metido? ¿Qué estaba pasando? Cuanto más inspeccionaba el lugar, menos entendía. La chica tuvo que percatarse porque empezó a explicarme un montón de cosas.

– Cada semana se elige una temática y el fin de semana se hace una fiesta con disfraces de la época. Esta vez toca los años 50. Como le decía antes, los hombres que están de servicio se encuentran en esta ala y las mujeres en el opuesto. Yo creo que usted es más de hombres. – Y mientras me acompañaba, siguió diciendo – Por favor venga a esta sala. Todos los hombres que vea vestidos de época están a su servicio. Deléitese con la mirada. Elija el que más le agrade. Marque su número en esta tarjeta que le doy y será su hombre de compañía esta noche.

No daba crédito a lo que estaba escuchando. ¡Me había metido en un puticlub de carretera!

Bueno. ¿Quién iba a enterarse? Tampoco hacía daño a nadie. Llevaba varios años sin pareja y sin mantener sexo con nadie. Y después de tantas horas al volante yo sola… Creo que me lo había merecido. ¡A disfrutar se ha dicho!

Nada más cruzar el rellano de la puerta que me indicaba mi acompañante, un esbelto hombre repeinado al estilo John Travolta en “Grase” y descamisado me tomó de la mano y me llevó a una mesa vacía iluminada con una pequeña lámpara y con un botón sobre ella para llamar al camarero. A mi alrededor había más mesas ocupadas. Pero la oscuridad me impedía apreciar los detalles. Lo único que podía percibir es que todas estaban ocupadas por un solo comensal y que había hombres y mujeres. Sólo eso.

Ya con el estómago lleno, se me habían despertado las ganas de tomar una copa. Apreté el botón que me había indicado anteriormente. No pasó ni un minuto y un moreno despampanante de ojos azules y mirada profunda se presentó ante mí.

– ¿Qué desea la señorita? – Preguntó candorosamente.

– No sé. ¿Qué tienen?

– Es la primera vez que viene. ¿Verdad?

– Sí. ¿Por qué lo pregunta?

– No sé. Intuición diría yo. – Contestó. – Tenemos todo tipo de bebidas. Mire, aquí lo tiene en la carta. Y en esta otra carta tiene todos los servicios de los que puede disponer con el hombre que elija.

– Muchas gracias. Déjeme que le eche un ojo y en cuanto decida, le vuelvo a llamar.

– Vale perfecto. Aquí estaré. A su servicio señorita.

En la carta de bebidas había de todo. Refrescos, bebidas de todo tipo, cócteles con y sin alcohol, aperitivos varios, sándwiches, tartas varias. Decidí tomar algo sin alcohol, pues luego debería continuar mi camino. Ahora sólo me faltaba elegir el servicio que quería.

Nunca había estado en un prostíbulo y mucho menos de hombres. No sabía ni que existieran diferentes tipos de servicios a la carta.

Nada más abrir el panfleto, me llamó la atención un título: “Besos calientes”. Pero había muchos más. “Los gozos”, “Destapando las sombras”, “Descubriendo tu verdad”, “Un mundo aparte”, “El despertar a un nuevo mundo”. Pero me quedé con el primero que vi. Ya hecha la elección volví a apretar el botón.

– ¿Ha decidido ya la señorita

– Sí. Me vas a poner un San Francisco.

– ¿Y servicio? ¿Desea alguno?

– Creo que sí. “Besos calientes”.

– Buena elección. ¿Ha escogido al hombre que quiere que le acompañe?

– La verdad es que no.

Todos los que estamos andando por la sala estamos disponibles.

– ¿Podrías ser tú? Me encanta tu mirada.

– Claro que sí señorita. Deme un momento para traerle su bebida y avisar de que me voy con usted.

Continuará…

– Sara Estébanez –

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