Transcurridos unos minutos después de elegir “Besos Calientes” y a mi gigoló, mi moreno de metro ochenta apareció con una copa sobre una bandeja. Me tendió la mano y me invitó a acompañarle.

Con el mismo sigilo que entré, salí. Eso sí, con mi nueva compañía. Esta vez lo hicimos en dirección contraria al lado por el que vine. Atravesamos un corto pasillo que desembocó en un rellano decorado con unos sillones de tela imitando al raso a juego con las paredes. Ante nosotros había cuatro puertas iguales. Cada una de ellas lucía un color y un dibujo diferente.

– Hoy estamos de suerte. Tenemos todas las habitaciones disponibles para nosotros. ¿Cuál de ellas desea la señorita?

La dorada con el delfín.

– Adelante. – Dijo a la vez que me indicaba con la mano.

Ambos caminamos hacia ella. Él unos cuantos centímetros detrás de mí como si fuese mi guardaespaldas. Cuando llegamos, adelantó el paso para girar el picaporte, abrir la puerta e invitarme a pasar.

Ante mis ojos se presentaba una bella sala iluminada en tonos dorados. En el centro una cama con sábanas blancas y ribetes a juego con la luz. Encima de ella, en el techo, un gran espejo reflejaba toda la escena.

– Pase señorita. Siéntese donde quiera. Tiene ahí la cama, en ese lateral está ese sofá. Donde más desee.

De repente, mi mente no paraba de dar vueltas. ¿Qué estaba haciendo? Me estaba metiendo en una habitación con un desconocido. ¿A qué juego estaba jugando? ¿Me había vuelto loca?

Ya no podía dar marcha atrás. Cada vez estaba más caliente. Lo notaba. Mi entrepierna subía de temperatura por momentos. Necesitaba calmar todo ese ardor que había dentro de mí. Entré y me senté en el borde de la cama. No sabía qué era lo que tocaba ni a lo que me estaba prestando, pero mi excitación iba creciendo por momentos.

– Ha elegido los “Besos calientes”. Disfrute y déjese llevar. Yo estoy aquí sólo para servirle.

Nada más terminar, se acercó lentamente hacia mí. Se sentó a mi lado. Apartó mi pelo. Su rostro se arrimaba cada vez más a mí. Ahora estábamos piel con piel. Sus labios rozaban mi cuello. Empezó dándome pequeños besos recorriendo todo mi perímetro. ¡¡¡Ahhh!!! ¡Qué placer! A continuación diminutos mordisquitos hicieron que mi piel se erizara. Estaba pletórica de placer.

Me tumbé. No pude resistirme.  Esto le dio puerta ancha, pues nada más hacerlo, él empezó a desabrocharme la camisa lentamente botón por botón. Con el mismo esmero y cuidado con el que había comenzado. A la vez que iba abriendo mi escote con sus manos, sus labios no cesaban de llenarme de ardientes besos, pequeños lametones y suaves mordisquitos. Así continuó hasta llegar a la parte baja donde la cintura, donde mi falda le impedía continuar bajando. Pero eso no le hizo cesar en su empeño. Una vez que terminó con la camisa, ascendió por los laterales de mi torso.

Ahhh… ¡No! Necesitaba que fuese a más. Ya no podía. Estaba empapada. Mi cuerpo pedía más. ¡Ahhh! Mi monte de venus te necesita, suspiraba para mis adentros.

Algo me delató.

– ¿Continúo?

– ¡Ahh! Necesito más. – Dije con una voz de pito que salió de lo más profundo de mí mostrando mi ansiedad y mi fuego interior.

Sus deseos son órdenes para mí.

Era incapaz de articular palabra. Me quité rápidamente la falda. Menos mal que llevaba mis bragas preferidas. No tenía yo pensado que hoy nadie fuese a ver mis intimidades. Cuando hice el gesto de ir a quitármelas, él me detuvo con las manos.

– Déjeme a mí.

Su boca volvió a tocar mi piel desnuda. Esta vez en la zona del ombligo. Sus dulces y mojados labios recorrieron cada centímetro hasta llegar al borde de las puntillas de mi braguita. Sutilmente, sus dedos se deslizaron por los laterales para despojarme de ellas y pasar a besar cada vez más y más abajo. ¡¡¡Ahhh!!! ¿Cómo podía ser? Estaba a punto de correrme y ni siquiera había empezado a tocarme.

En cuanto sus labios y su lengua acariciaron mi ser, el éxtasis llegó a mí. No pude aguantar más y un alarido de placer mezclado de orgasmo y pasión salió por mi garganta. Todo lo que me hacía me llevaba a un delirio tal, que me llevaba a convulsionar en mí misma.

El gozo había sido tal, que era incapaz de moverme. Mis labios estaban entreabiertos, pero no podía hacer salir nada a través de ellos.

– Descanse. Esta es su habitación esta noche. Mañana será otro día.

Tras lo cual, mi acompañante me dejó sola disfrutando de mi delirio y yo quedé sumida en un profundo sueño.

A la mañana siguiente me desperté pletórica. Pagué mi cuenta y retomé mi camino.

Según iba conduciendo, pensaba para mis adentros: ¡Qué noche más extraña! ¡Qué lugar más peculiar! Diferentes colores. Diferentes servicios. Yo había escogido el menú de los “Besos calientes”. Pero, ¿en qué consistirían el resto de servicios de la carta? ¿Por qué la diferenciación en colores? ¿Qué habría en la planta alta a la que conducían las escaleras del hall? ¿Cómo serían las otras habitaciones de aquel rellano?

Me surgían tantas preguntas a las que no encontraba respuesta, había disfrutado tanto la noche anterior, que me prometí a mí misma que algún día volvería a ese lugar tan intrigante y misterioso.

Continuará…

-Sara Estébanez-

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