No te vas a creer lo que me pasó el otro día.
Estaba yo ahí tranquilamente en mi oficina planificando el trabajo de ese día cuando de repente, mi mente empezó a divagar en ilusiones vanas.
Para la semana que viene tenemos prevista una fiesta de disfraces. Y ahí que se fueron mis pensamientos. Empecé a imaginarme a mis empleados, cada uno con su propio disfraz. Que si el de gestión bancaria vestido de demonio, la mujer de mi jefe llevando un vestido de Caperucita Roja y su marido un traje de lana de lobo albino. Y así un infinito etcétera.
Pero claro, cuando ahí apareció mi mujer toda provocativa luciendo un corpiño negro ajustado con el que sus atributos asomaban más de lo normal, no pude resistirme. Todo mi ser se iluminó. La temperatura de mi cuerpo fue aumentando cada vez más. Yo creo que, hasta tuve fiebre porque esos sudores no eran normales. Claro, que eso no es todo. Mi entrepierna se transformó en una enorme roca que casi rompe los pantalones. Estaba descomunal.
En mi ensoñación ella se fue acercando cada vez más a mí. Una vez que alcanzó la altura en la que me encontraba, ella se dispuso a tomar todo mi ser. Me bajó los pantalones y ahí mismo, expuestos a que los demás nos pillasen, se dispuso a jugar con mi “Menneken Pis”. Y claro, uno que no es insensible a sus encantos, acabó liberando un enorme chorro de espuma blanca como el personaje de la estatua.
Pero ahí no acaba la cosa. Esto que supuestamente era sólo producto de mi imaginación, tuvo sus consecuencias físicas. Como te imaginarás, estaba más que empalmado. Pero la cosa no terminó ahí. Cuando me quise dar cuenta, estaba todo empapado. Había tenido un orgasmo sin darme cuenta.
Mi mente fue tan poderosa que hizo que todo mi ser se retorciese y soltase toda mi esencia interior.
Si esto hubiese pasado tranquilamente en mi casa, no hubiera habido ningún problema. La cuestión es que todavía me quedaba una larga jornada por delante y yo estaba ahí todo empapado, sucio y manchado. No podía hacer nada.
Me tuve que quedar ahí en mi despacho todo el día sentado y pedir que me trajesen la comida allí. No podía salir. Tenía que impedir que los demás me viesen y tuve que esperar a salir el último de la empresa.
¡Menudo papelón!
Si por lo menos me hubiese enterado de lo acontecido, habría podido disfrutar de ello plenamente.
-Sara Estébanez-
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