Este fin de semana me toca estar sola en casa, Mark tiene un viaje de negocios. No es la primera vez. De hecho es bastante habitual debido a su puesto de trabajo como directivo de la corporación internacional en la que trabaja. En muchas ocasiones le he acompañado. Le gusta que vaya con él, suele decirme que le encanta lucir esposa con sus socios y demás compañeros de trabajo.  Pero hoy no me apetecía viajar. Así que decidí dedicarme esa noche para mí. Un buen baño, después una buena cena regada con uno de los vinos que más me gusta. Y para terminar quizás una buena película. Ya veré.

Mark dice que esta es una de las cosas que más le gusta de mí. Que aún me sigue gustando cuidarme, arreglarme y seguir saliendo a la calle bien vestida. Tiene razón, me encanta dedicar tiempo para mí misma y tener mi propio espacio.

Después de llegar a casa de un largo día de trabajo, me dispuse a prepara mi noche especial. Me desnudé y envolví mi cuerpo con la bata de seda anaranjada que me regalo Mark. Llené la bañera, coloqué velas aromáticas alrededor del jacuzzi, bajé la luz, y encendí la cadena de música. De fondo empezó a sonar Fran Sinatra. Era perfecto para relajarse.

Me quité la bata y me metí dentro del agua. Estaba justo a la temperatura que me gustaba. Cerré los ojos y me dispuse a relajarme. Como si se tratara de una película, empezaron a surgir del recuerdo imágenes de cuando conocí a Mark. ¡Madre mía! ¡Qué jóvenes éramos! Una sonrisa afloró en mi cara iluminándola. Yo tenía 20 años y él 6 más. Estaba de paso por Madrid. Por aquel entonces ya era un abogado con una reputación excelente y con una proyección internacional muy buena. Yo, una estudiante de Bellas Artes, revolucionaria, alocada y más preocupada por pasárselo bien que por cultivarse un futuro. Según Mark, esto fue lo que más le gustó de mí. Mi carácter desenfadado, divertido y positivo. A mí me llamó la atención lo rubio que era, tan guapo… Aunque, eso sí, me pareció un poco estirado. Siempre con traje. Parecía tan formal, que en principio no le hice mucho caso. No era mi estilo. Pero siguió insistiendo hasta que consiguió que me enamorase de él. Fueron unos años maravillosos. Nada más terminar yo la carrera, nos casamos.

Salí del agua, me sequé y empecé darme un suave masaje con una de las cremas nutritivas que más me gustaba. La cabeza voló esta vez hacia nuestros años de casados. Durante este tiempo nos ha pasado de todo: cambios de casa debido a su profesión, los niños… Ha sido un ir y venir. Quizás los momentos más duros fueron en nuestra estancia en Boston. Por aquel entonces, Mark viajaba mucho y yo pasaba mucho tiempo sola haciéndome cargo de todo. Incluido mi trabajo como galerista podía conmigo. Estaba saturada, y empezaron las discusiones, los reproches, la distancia. El día antes de una de mis exposiciones más importantes tuvimos la discusión más grave de toda nuestra relación. Se fue de casa aquella noche. Pensé que no estaría conmigo al día siguiente. Me equivoqué. Acudió a la galería para apoyarme, para pedirme perdón por lo del día anterior. Cuando acabó todo, dejamos a los niños en casa de unos amigos y nos fuimos unos días. Teníamos que estar solos, ver qué nos estaba pasando. Reconducimos la situación y seguimos caminando juntos hacia el futuro. Una sonrisa volvió a iluminar mi cara al recordar aquellos días solos los dos.

Mientras me preparaba la cena, a mi cabeza vino otro momento crucial en mi vida, cuando empecé con los cambios de la menopausia. Tuve una pequeña depresión, supongo que era normal. Pero mi tristeza chocaba con mi espíritu vitalista. Tanto fue así, que Mark se preocupó mucho. Él mismo me planteó el volvernos a Madrid y él bajaría su propio ritmo de trabajo. Así yo podría seguir con mi trabajo de galerista. En Madrid estaba toda mi familia, y la mitad de la suya. Nuestros hijos escogieron esta ciudad para hacer sus respectivas vidas. Todo ello hizo que nos mudásemos. El último traslado de vivienda. Cerramos la casa de París, la vendimos y tomamos rumbo a España. Cuando llegamos, parece que mi estado de ánimo mejoró un poco. Aún así decidí pedir ayuda profesional para afrontar con garantías los cambios que se estaban produciendo en mi cuerpo, en mi mente y en toda mi vida. Como siempre, Mark estaba a mi lado. Gracias cariño.

Me senté en el sofá para deleitarme con mi última copa de vino, y de paso completar este repaso por todas las etapas de nuestra vida en común, con la que nos toca ahora. La de la vejez. Juntos seguimos, y nos encaminamos hacia ella con toda la tranquilidad que nos da el saber que estamos el uno para el otro y apoyarnos mutuamente. Es momento de cuidarnos y seguir haciéndonos reír el uno al otro. Secar nuestras lágrimas y seguir adelante en la vida. Estar ahí para todo lo que el otro necesite.

Este es su último viaje. Después le tendré todo para mí sola. Apuré la copa de vino, cogí el móvil y le llamé. Simplemente para darle las gracias y decirle que le Amo.

-Ruth Fernández-

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