Agosto ha llegado con unas temperaturas sofocantes durante todo el día. Muchas veces se hace difícil conciliar el sueño por la noche. El sudor recorre mi cuerpo y hace que me despierte varias veces cada noche. Se hace cuesta arriba conciliar el sueño. Da igual que te acuestes tarde. El calor impregna las paredes de la casa y la trasforma casi en una sauna.
Era miércoles de madrugada ya cuando el calor volvió a despertarme. Noté mi cuerpo empapado en sudor y me levanté de la cama. Harta de tanta vuelta decidí darme un paseo por el edificio. Me puse unos pantalones y una camiseta, iba sin sujetador, y las braguitas eran mini. Cogí las llaves de casa, subí en el ascensor y pulsé el piso de la azotea. Pensé que allí arriba estaría un poco mejor, más fresquita. Y como casi no había nadie no se me pasó por la cabeza que pudiera encontrarme con algún vecino en la misma situación de angustioso calor que yo.
Me equivoqué. Allí estaba el chico del cuarto derecha, apoyado en el muro y sin camiseta. Es joven, como unos 25. No sé si fue su torso desnudo o el calor, pero empecé a notar cómo la excitación subía por mi cuerpo.
Sintió mi presencia y se dio la vuelta en mi dirección. Un cálido “Hola” y una sonrisa dibujada en su cara me recibieron al calor de la noche de Madrid. Pude darme cuenta de cómo sus ojos se dirigieron a mi camiseta, mis pezones se marcaban y el pecho se movía turgente. Una mirada pícara de los dos pareció abrir la puerta de las primeras caricias.
Entre charla y charla nuestros cuerpos se acercaban cada vez más, se tocaban, nos tocábamos. Su mano resbalaba por mi espalda y bajaba hasta mi trasero. Mis manos recorrían su torso desnudo. Entre susurros sentí como se ponía detrás de mí y me cogía por la cintura. Mordía mi cuello de poco en poco, sus manos empezaron a subir mi camiseta, hasta que me la quitó y la dejó con sutiliza encima del poyete de la azotea.
Besos de lujuria y pasión comenzaron a unir nuestras bocas. Las caricias eran cada vez más intensas y las sensaciones del cuerpo inundaban todo el espacio. Poco a poco me iba arrinconando contra el muro. Me colocó de espaldas a él de nuevo, inclinó mi cuerpo poniendo mi trasero justo pegado a su pene. Noté su erección dura y potente. Tenía ganas de que me penetrara ya. Y como si hubiera leído mi pensamiento, bajó mis pantalones y los suyos. Separó mis piernas y llegó la primera embestida. Una y otra vez sin parar. Estaba agarrado a mis caderas, de vez en vez acariciaba mis pechos y tiraba de mi clítoris, mientras seguía con las embestidas.
Sentí que perdía la conciencia de todo y me dejaba llevar por el deseo de un hombre joven y vigoroso. Siguió y siguió hasta que llegamos al orgasmo, primero yo y después él. Se dejó estar un rato dentro de mí. Cuando él quiso, se vistió, e hizo lo mismo conmigo. Me dio la vuelta, me besó en los labios y se fue con simple “adiós”.
Mis piernas temblaban de puro placer. Cogí mis llaves, cerré la azotea y bajé en dirección a mi casa. Tal cual iba, me acosté en la cama y sucumbí en un dulce sueño, profundo y lleno de sensualidad.
Hacía mucho tiempo que no dormía así.
-Ruth Fernández-
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